Un ejemplo de una buena teoría es aquella de la «psicología inversa» sobre todo si se aplica en los contextos correctos. La imagen muestra en qué consiste la teoría: se puede persuadir a alguien de hacer algo solicitando exactamente lo contrario (funciona sobre todo en niños y gente infantilizada). Doy este ejemplo porque hoy tendremos que hablar sobre una mala, una pésima teoría que además genera violencia. La que azota al país para ser precisos. En días pasados aparecieron en este mismo suplemento universitario dos artículos describiendo acciones preocupantemente irresponsables contra la mal llamada «violencia de género» en el Instituto Politécnico así como en la Universidad Autónoma Metropolitana. ¿Y nadie tiene nada que agregar? ¿Dónde está la comunidad y el debate universitario? ¿Y por qué no comenzar yendo nada menos que al grano?
Sucede, amigos y amigas universitarios, que la misma teoría que, llevada a la práctica desata eso que llaman «violencia contra la mujer» y «violencia de género», es la misma “teoría” que está siendo utilizada (de manera fracasada) para detener esa misma violencia: me refiero al «feminismo de género» y la «teoría» que lo sustenta (interesados investigar a doña Judith Butler). Ahí está el meollo de todo este asunto, para que nadie se siga equivocando. Distingamos por el momento y para nuestros propósitos aquí y ahora (como hace el psicólogo experimental Steven Pinker en su libro «The Blank Slate» o «Tabla Rasa» edición en español) entre dos tipos de feminismo dentro y fuera de las universidades.
Primero, el «feminismo de equidad»: aquella doctrina moral que busca la equidad (educativa, salarial, ocupacional, etc.) y un trato no discriminatorio hacia las mujeres en general. En segundo lugar tenemos el «feminismo de género», que es una doctrina empírica comprometida con tres premisas básicas bastante alocadas, y si no me creen, compruébelo cada quien por su cuenta: la primera de ellas es que las diferencias entre hombres y mujeres no tienen nada que ver con la biología, sino con «construcciones sociales», cosas que nos enseñan de niños.
Para las feministas de género, básicamente nacemos todos algo así como bisexuales (o con sexualidad «fluida») y a lo largo de nuestro desarrollo la cultura y el entorno social nos va condicionando a adoptar actitudes y roles convencionalmente masculinos o femeninos (ver lo que dice Sommers). La segunda premisa de las feministas de género es que la motivación principal que mueve a los seres humanos históricamente es el poder y no otra cosa que el poder, en particular el poder opresor por ellas llamado «patriarcal».
La tercera y última premisa del feminismo de género es que las interacciones sociales no surgen de las motivaciones de unos individuos interactuando con otros individuos sino de las motivaciones de ciertos grupos actuando sobre otros grupos: por ejemplo hombres sobre mujeres, blancos sobre negros, adultos sobre niños etc. De esta última surge una «política basada en identidades grupales», según esta premisa, uno es y piensa, no de acuerdo a quienes seamos como individuos según nuestra historia y educación personales, sino de acuerdo al grupo al que pertenecemos. Esta ultima premisa es delicada, porque es el principio de todas las formas de totalitarismo en las que el individuo y su identidad personal son reducidos a la nada. No perder esto de vista.
Tres pasos para eliminar la violencia «contra la mujer»
Comprendido lo anterior, ¿existe alguna duda sobre la procedencia de tanta violencia de género y «contra las mujeres»? Podemos a vuelo de pájaro, pensar en tres pasos para eliminar las llamadas «violencia contra la mujer» y la «violencia de género». En realidad se podría concretar en un sólo paso: tirar el feminismo de género y su teoría, a la basura, por ser una mala y peligrosa teoría, pero mejor desagreguémosla en tres pasos, en atención a sus equivocadas premisas:
PASO UNO: hay que ponerse a estudiar biología y ciencias naturales (o dejar de ignorarlas)…
Para comprender por qué la realidad es como es y no de otra manera, antes de pretender cambiarla, con todos los riesgos que esos pretendidos cambios implican para la salud física y mental de las personas en general y los universitarios en particular.
PASO DOS: colocar el objetivo de eliminar la «violencia de género» y «hacia las mujeres» como prioridad número uno…
Actualmente la prioridad número uno, no es eliminar la violencia, sino llevar a cabo toda clase de acciones legales, políticas, financieras, organizacionales, mediáticas, educativas, basadas en el «feminismo de género» y su teoría, sin importar la violencia social que esta doctrina ha desatado en su guerra contra la naturaleza humana. Eliminar la violencia no es el objetivo prioritario, repito, y debe serlo, si lo que pretendemos es no seguir padeciéndola. La guerra contra nuestra naturaleza biológica debe terminar, en forma inmediata.
PASO TRES: dejar atrás todo aquel lenguaje que trata a las personas como parte de una masa amorfa malintencionada y perversa
Atención: ver arriba, premisa tres del feminismo de género. Ejemplo de ese lenguaje es precisamente términos como «violencia contra las mujeres«, o «violencia de género«. No existen tales formas de violencia en un mundo en el que cada persona tiene un comportamiento diferenciado, y cada acto de violencia tiene una explicación y circunstancias particulares no transferibles de «una persona de un grupo» a «todas las personas de ese grupo» . Insistir en que existe una «guerra contra las mujeres» como hacen las señoras Rita Segato y Silvia Federici, consiguen precisamente eso: generar un tipo de odio social entre grupos, que si antes no existía ahora ya existe.
Epílogo
No es trabajo de un científico el dar recetas sino ayudar a comprender mejor cómo funciona la realidad. El método científico nos permite adelantarnos a la realidad antes de que esta ocurra (como viajar en el tiempo pero mejor). Nos ayuda a saber que va pasar si actuamos de tal o cual manera. Es trabajo del científico el observar la realidad y el formular hipótesis que, si son buenas y explican esa realidad, se convierten después en teorías cuyo valor predictivo nos ayuda a minimizar los errores a la hora de actuar. No se ha utilizado el método científico para abordar ninguna de las preocupaciones de las mujeres que se hacen llamar «feministas», ni de quienes buscan la llamada «igualdad de género». Por eso se han cometido tantos errores y por eso hay tanta violencia: se quiere actuar sin comprender cuales van a ser las consecuencias de las acciones tomadas.
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