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Conflictos de interés que insultan tu inteligencia (1/2)

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Conflictos de interés que insultan tu inteligencia (1/2)

Quien dijo “nunca preguntes a un peluquero si te hace falta un corte de pelo” estaba pensando en un conflicto de interés. Cosas que deberían ser obvias, pero que para mucha gente no siempre lo son. En otras palabras, ni modo que le preguntes al dueño del zoológico si no cree que los animales estarían mejor en la selva. ¿O por qué no pedirle al torero que done dinero para abolir las corridas de toros? Ni modo que le preguntes al militar si no cree que el uso de la fuerza es obsoleto. Al vendedor de helado, preguntémosle qué piensa sobre comer helado en los meses helados.

Da igual si el conflicto de interés es expresado afirmativa o negativamente, sigue siendo un conflicto de interés: la feminista en plena protesta callejera a la que se le pregunta si no estaría interesada en que George Cluny la acosara un poquito en ese mismo instante, ni modo que diga que sí (a menos que fuera sensata, pero ese no siempre será el caso).

Si una persona se ve inmiscuida entre dos actividades o situaciones que conllevan intereses antagónicos, incompatibles o rivales, esa persona tiene potenciales conflictos de interés. Y a ti te conviene estar advertido.

Alguien que vive de cortar el pelo siempre va a estar tentado a encontrar razones para decirte que necesitas un corte,  aunque estés rapado al ras. En este caso, como en todos los anteriores, el conflicto de interés lo genera la pregunta misma, pero los conflictos de interés no nacen únicamente de una pregunta insensata formulada por una persona incauta.

Emmanuel Kant distinguió en el siglo XVIII entre el “uso privado” y el “uso público” de la razón. La persona con conflictos de interés típicamente hace un “uso privado de la razón” es decir, no habla a título individual, sino a nombre de otra persona u organización. Su mente está -en un sentido más que metafórico- “tripulada”.

De manera contrastante -dice Kant- una persona que hace un “uso público de la razón” es aquella que abierta y públicamente está diciendo lo que realmente está pensando: el vendedor honesto que te orienta sobre otro comercio dónde conseguir lo que tú realmente quieres. El mesero que nos advierte sobre la mediocridad de algún platillo. El servidor público que renuncia a su cargo para evitar ser juez y parte al mismo tiempo.

Cuando el interés público está de por medio, el problema no es la existencia de conflictos de interés (todo el mundo los tiene) sino el esconderlos, el no darlos a conocer con claridad.

Un presidente de la República que privatiza una empresa ferroviaria y más tarde al finalizar su sexenio se convierte en accionista de esa empresa, está cometiendo un crimen y un acto de traición a la República, solapado por la ideología del momento. El concepto de “bien privado” es aplicado de manera retroactiva y fraudulenta a un bien público. Y durante toda esta operación que duró años en tiempos de Ernesto Zedillo el conflicto de interés entre el interés público de Zedillo el presidente y el interés privado de Zedillo el empresario, se mantuvo en la oscuridad.

A estas alturas, más de uno virará sus ojos vidriosos 180 grados hacia el vacío indeterminado, como hacen los ebrios en las películas de vaqueros, convencido de que “ya entendió todo lo que había que entender sobre el tema”, pero eso es porque la ebriedad tarde o temprano desgracia la imaginación. Sucede que muchos de los problemas de hoy, más interesantes, provienen de situaciones que rara vez identificamos como “conflictos de interés” cuando eso es justamente lo que son. Pero eso lo discutiremos en nuestra siguiente entrega.

 

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