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Educación emocional: uno de los retos actuales de la educación

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Falta de inteligencia emocional en sus empleados es el problema que detectan algunos CEO y directores de Recursos Humanos de diversas compañías importantes en México y Latinoamérica con los que, en los últimos meses, he tenido oportunidad de hablar. Frecuentemente observan reacciones como falta de tolerancia a la frustración, búsqueda de promociones profesionales inmediatas, falta de capitalización del aprendizaje y molestia de la retroalimentación si no coincide con las propias expectativas; de igual modo, se ofenden y se estresan con facilidad, se aferran a una idea y no aceptan contradicciones, se muestran irritables, susceptibles o no empatizan, entre otras problemáticas.

¿Será que las universidades no están contribuyendo al desarrollo de soft skills como la inteligencia emocional y están dando prioridad a los contenidos académicos? ¿Se tiende a formar profesionales y no a personas que se preocupen por su bienestar y su entorno?

En contraste, he preguntado a los estudiantes universitarios cuáles son los tres mayores deseos que buscan alcanzar en su vida y las respuestas más frecuentes son salud, equilibrio-estabilidad y felicidad, cuestiones que van más allá de su formación profesional.

¿Cómo materializar estos anhelos y lograr que ese equilibrio-estabilidad que buscan ayude a que reaccionen diferente en su desempeño profesional? ¿Cómo controlar que situaciones complicadas que han vivido, como los años de pandemia que acabamos de pasar, les sirvan para tener mayor bienestar y por lo tanto logren ser más felices?

Estudios demuestran que el éxito de una persona se debe en un 23% a sus capacidades intelectuales y en otro 77% a sus aptitudes emocionales. Al salir de la universidad los egresados son contratados por su capacidad intelectual, conforme van avanzando, adquieren experiencia en diversos ámbitos y en cierto momento es frecuente que algunos sean despedidos por su falta de inteligencia emocional.

La inteligencia emocional es un constructo, en ocasiones poco claro, que abarca diferentes capacidades como a la de identificar, valorar y expresar emociones con exactitud; permite también generar sentimientos que faciliten el pensamiento, su comprensión y gestión, para promover un crecimiento integral. Estas capacidades se pueden traducir en competencias que se desarrollan a lo largo de toda la vida y que llevan a la persona no solo a desempeñar mejor su trabajo, sino a tener un bienestar integral que le hará tener una vida más plena. Se puede decir entonces que una de las cuestiones clave es incidir en este aspecto.

¿Basta con el desarrollo de la inteligencia emocional? Quizá tendríamos que apuntalar hacia la educación emocional entendida como un proceso educativo, continuo y permanente que pretende potenciar el desarrollo de competencias emocionales como elemento esencial del crecimiento integral de la persona con el objeto de capacitarla para la vida. Como universidades ¿estamos diseñando experiencias de aprendizaje que vayan orientadas a desarrollar este proceso? Me parece que hoy es un gran reto que tendríamos que priorizar.

La educación emocional enseña entre otras cosas a:

 

 

Es claro que los problemas están presentes a lo largo de la vida. Todos libramos algún tema complicado o sufrimos por alguna circunstancia (económica, de salud, de familia, profesional, etc.), siempre habrá algo que nos preocupe, pero el cómo lidiamos con estas batallas va a marcar el rumbo de nuestra existencia. El cómo gestionamos los conflictos, las frustraciones, las emociones y los comportamientos es clave para nuestro desarrollo y con la educación emocional podemos vivirlo de una manera más asertiva, más plena, con más bienestar y por consiguiente más dicha.

En el día a día el éxito pertenecerá a quien trabaje por su bienestar emocional, a quien aprenda a identificar y entender sus sentimientos y los de los demás, sepa gestionarse y, con base en ello, pensar y dirgir su comportamiento.

Hoy el enfoque  educativo tiene que dirigirse hacia la formación integral de la persona y en este sentido partir de que las emociones se educan. De este modo podríamos ayudar a que los egresados de las universidades sepan gestionar su dimensión afectiva en su favor y en el de las empresas donde colaborarán; también con ello tendrán bases y mayores probabilidades para obtener lo que quieren: salud, equilibrio-estabilidad y felicidad.

 

Mónica A. Villarreal García es doctora en Desarrollo Humano. Maestra y licenciada en Pedagogía. Actualmente es la directora de la Escuela de Pedagogía de la Universidad Panamericana.

Twitter: Monica_VdG

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