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El riesgo de la verdad es la pequeñez, el de la grandeza, la falsedad

El riesgo de la verdad es la pequeñez, el de la grandeza, la falsedad

Víctor Hugo en 1873

Víctor Hugo —y esta misteriosa frase suya que ahora nos sirve de encabezado— nos ayuda mucho a esclarecer cómo es que funciona un buen trozo de la idiosincrasia política mexicana. Y no solo la mexicana, sino la de cualquier otro país, alude a cosas en las que todos los seres humanos nos parecemos.

Traducida al lenguaje coloquial universitario, el significado que encierra la frase de Hugo puede ser el siguiente: «si vas a ser de izquierda, busca la verdad pero no seas fodongo, vaquetón y naco al hacerlo; si vas a ser de derecha, busca la grandeza pero sin ser un farsante, un hipócrita, un estúpido moral y también un naco—dado que genéricamente «naco» significa «alguien que rutinariamente hace cosas de mal gusto»—; caminar sobre la faz de la tierra, hablarle a la gente,  sentarte a comer, volverte a parar y a caminar, siendo un hipócrita y un farsante todo el día todos los días, es de mal gusto: exhibes comportamiento naco. Y, a diferencia del naco de izquierda, que solo necesita mejorar un poco su estética de lo digno y sus maneras, tú hipócrita falsario, sí que necesitas ir al psiquiatra»

Dado que se aprende a escribir leyendo y a pensar escribiendo, uno de los muchos problemas de pasar los mejores años de tu juventud leyendo demasiados textos sobre cosas inverosímiles y falsarias de literatura «fantástica», terrorífica o de «realidades alternas» (no confundir con la buena literatura de ciencia ficción), es que después ya no te gusta la realidad.

Autores como Borges, Cortázar, Lovecraft, Tolkien, e imitadores, más la numerosa recua de escritores posmodernos presentes en las librerías, al estilo Jorge Carrión, Mario Bellatín o Andrés Nueman, —cuyas novelas son protagonizadas por hombres embarazados y estupideces por el estilo—, hacen que después ya no quieras leer otras cosas (o quieras seguir leyendo más de esas mismas estupideces).

La literatura fantasiosa, de terror y posmoderna tiende a ser muy innoble, muy celosa, posesiva y carcelaria con sus lectores: una vez que los lees, psicológicamente te confiscan el deseo por otras lecturas.

Los «baños neutros» funcionan solo en casa y solo si uno es limpio

Te confiscan, por ejemplo, el gusto por la literatura realista que es menos deshumanizante, menos engatusante, te ofrece ángulos interesante sobre la vida y el alma humana, y no tiene como objetivo el formatear tu mente, para después introducir en ella monstruos, locuras alternas y perversidades demoniacas y de otro tipo.

Si autores como Borges o Neuman, son leídos con demasiado emperramiento, lo hacen a uno perder el gusto por la realidad así como el gusto por tratar de entender la realidad a través de la literatura. Y esa es una gran pérdida para una persona joven.

Incluso las buenas novelas de ciencia ficción —de autores como Julio Verne hasta Clifford Simak—, suelen aportarnos metáforas interesantes sobre realidades posibles. Esto no es lo mismo que falsear la realidad con mamarrachadas a veces contaminadas con ideología.

Tanta literatura fantástica en la adolescencia y la juventud (resultado del hambre y vacío que ha dejado el boicoteo de muchos padres ignorantes hacia los cuentos clásicos de hadas, esenciales en el desarrollo psicológico del niño) hace que, en lugar de vivir la vida, mejor infestes tu piel con tatuajes anodinos, que al rato ya no te gustan, y lleves piercings que te hacen ver como un animal de tiro domesticado. Y en lo que a literatura se refiere, demasiadas novelas fantasticas y de terror, hacen que ya no te atraiga leer —pensando en varios autores al azar— ni el realismo fantástico de Gabriel García Márquez, o su precursor Juan Rulfo, ni el realismo contemporáneo de Martín Luis Guzmán, William Faulkner, Jorge Ibargüengoitia, Agustín Yáñez, o Julio Ramón Ribeyro, mucho menos tal vez te interesará el realismo clásico de Tolstoi, Cervantes, Pushkin, Stendhal, Flaubert, Thomas Hardy, Balzac o Víctor Hugo.

La literatura fantástica y de terror, en demasía, te hace perder el gusto por las cosas reales, y si no tienes cuidado, por la vida. Todo lo anterior es una gran tragedia porque luego, cuando alguien te pregunta ¿qué piensas sobre lo que ocurrió en las calles de la ciudad la semana pasada? no sabes que decir porque, para empezar, no estás enterado sobre lo que ocurrió. Después de leer tanta literatura de evasión escrita en primera persona ¿a quién le importa la política local y nacional?

Cuando uno lee a autores como Víctor Hugo, empiezas a comprender cosas sobre el mundo real y empiezas a desarrollar un gusto especial por ese mundo real. Esto es porque empiezas también a encontrar un significado a las cosas que ocurren en la realidad. De pronto la realidad —y no la fantasía— es fuente proveedora de sentido: todo un acontecimiento personal. Observemos la riqueza de ideas existente en el párrafo de Víctor Hugo completo:

«El escollo de la verdad es la pequeñez; el escollo de la grandeza, la falsedad…Discernir siempre lo grande a través de lo verdadero, lo verdadero a través de lo grande, tal es, pues, la meta del poeta. Y estas dos palabras, grandeza y verdad, lo encierran todo. La verdad contiene la moral, la grandeza encierra la belleza.»

Hay varios mensajes profundos que puedes extraer en tan solo este párrafo. Por ejemplo: se puede buscar la grandeza y lo bello en una nación partiendo de la verdad y la justicia como valores subyacentes, pero es difícil —si no es que imposible— buscar la verdad y la justicia pensando en lo bello y lo grande como premisas de partida inamovibles. A esto último podríamos llamarlo «pensamiento narcisista».

Interesarte un poco en la vida política —y la vida en general—, desfodonguearte un poco de un sillón con restos de comida chatarra fosilizada en las hendiduras, manchas de refresco y caldo, puede contribuir a tu salud mental.

Interesarte expansivamente por todo aquello que ocurre en el ancho mundo —personas, lugares, acontecimientos pasados y presentes — encontrar intereses genuinamente tuyos, por todo aquello que en su grandeza, o en su drama, sea capaz de llamar tu atención y liberarte de tu marasmo personal, de tu ensimismamiento, de tu culto a la comodidad, de tu necesidad de recurrir a diversiones y entretenimientos más o menos viles, todos esos intereses expansivos que puedas tú cultivar, son en general buenos para tu salud mental y hasta física.

El problema de abusar de la lectura de autores como Borges, Cortázar, Lovecraft, Bram Stroker, Ambrose Bierce, el autor de «Juego de Tronos» y todos sus imitadores (los Borgesitos, los Cortazarcitos, los Strokercitos) el adorado Guillermo del Toro y su galería  de monstruos, —el problema con todos ellos decía— es que establecen un cerco monopólico en tu mente, como si le trepanaran a uno el cráneo, drenaran todo cuanto hay en él, para después sustituir el contenido con sus artilugios, sus monstruos, sus engendros contra natura y sus personajes psíquicamente arruinados. picamente, esto lo hacen por muchos años— y en el caso de cada vez más personas, según he podido observar, por el resto de su vida.

Otros autores que compiten en sordidez y perversidad —por el nicho de mercado infantil al que atienden— son el tal señor Toño Malpica (mexicano) y el tal señor Oliver Jeffers (irlandés), autores —supongo que feministas o diversos— que de manera subliminal introducen imágenes demoniacas o sexualmente desorientadoras en sus libros, produciendo quién-sabe-qué tipo de efectos psicológicos en niños pequeños, (¿y los editores? bien, gracias, son los que dan la orden) vendiendo a los inatentos padres de familia cientos de miles de libros cada año, en ferias de libro y librerías. Una auténtica tragedia contemporánea. ¿Puede alguien llamar a la policía? —no señor, no es para tanto.

Por cierto, para que la lectura de este texto no haya sido en balde, si has llegado hasta el final, ahí te van una crónica visual de lo que ocurrió la semana pasada en las calles de varias ciudades, lo que el presidente responde y también una, dos, tres y hasta cuatro opiniones informadas de periodistas imparciales. Una poca de realidad y de presión social, es buena para la salud mental.

andresbucio.com
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*La opinión del autor es personal y no necesariamente representa la de este medio.

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