La agenda 2030 es un caballo de Troya: universitarios cuidado (1/2)
Opinión de Andrés Bucio, filósofo de la ciencia, la tecnología, la energía y la naturaleza. Doctor por la Universidad de East Anglia, Reino Unido
Foto-composición: Andrés BucioCuando estudié en la universidad, licenciatura, maestría, y más recientemente en el doctorado eran muy frecuentes las conversaciones informales en las cafeterías y en los bares entre mis compañeros e incluso entre mis profesores.
Con relativa frecuencia acabábamos hablando de temas de gran alcance: los sistemas energéticos regionales, el futuro del ecosistema global, las finanzas mundiales, los monopolios alimenticios globales, etcétera.
Después de varios cafés —o varias cervezas— (todo esto fue en Norwich, Inglaterra, en donde, por razones que en México deberíamos investigar, hay «pubs» dentro de los campos universitarios, en donde todos beben alcohol, y si quieren se embriagan, pero no al punto de ponerse excesivamente idiotas o impertinentes, haciendo necesaria la clausura de dichos lugares).
Cuando hablábamos de los grandes problemas globales —estaba yo diciendo—, después de varios cafés o varias cervezas, nunca faltaba quien empezara a vociferar sobre la necesidad de una crisis financiera de dimensiones sobrenaturales, —es decir, el derrumbe total del sistema financiero global— como la única posible «salvación de nuestro planeta».
La hipótesis, por supuesto, era que el capitalismo financiero era la raíz de todos los problemas: el cambio climático, el acaparamiento gandalla de los suelos fértiles, la minería a cielo abierto, el crecimiento urbano desenfrenado, las guerras por el petróleo, etc. ¿Solución? El sistema financiero global debe caer.
Y haré un comentario adicional que quizás capture el sabor de aquellos momentos: no era raro escuchar a los mismos profesores —tanto los eméritos de la vieja guardia, como los más jóvenes—expresarse en términos similares dentro del aula de clase: «solo algo muy parecido a una catástrofe financiera inédita en la historia podría salvarnos y salvar al ecosistema global…etc.».
Quince o diez años después la receta, para los mismos problemas, es completamente otra: vuélvete homosexual, o algo que se le parezca (i.e. feminista). Ya no son los sistemas lo que hay que trasformar, ahora la receta consiste en hacer ingeniería social con los individuos, con sus mentes y con sus identidades.
La otra importante diferencia es que esa receta ya no proviene de los cálculos exagerados que cada persona haga sobre la situación actual, ahora proviene de las instituciones globales mismas que promueven la ideología de género: vuélvete gay, bisexual, o algo parecido, se “fluido”, y convence a tus compañeros, si eres estudiante, o a tus alumnos, si eres profesor. Es una orden. Y es de carácter mundial, o sea que nadie, individuo o institución, se escapa de esta.
Para ello, la Agenda 2030 de los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la ONU es el caballo de Troya global para lo que realmente interesa a quienes gobiernan este mundo: «transversalizar» y «normalizar» la «perspectiva ideológica de género».
El mito del caballo de Troya (según lo narran Homero en la Odisea y Virgilio en la Eneida) consiste en lo siguiente: una gran estructura de madera con forma de caballo fue utilizada por el ejército aqueo como estratagema para infiltrarse por la ciudad amurallada de Troya (hoy bordeando el estrecho de Dardanelos en Turquía, que conecta Europa con Asia, un lugar muy interesante).
Los troyanos tomaron el caballo colocado a las afueras de la muralla como un signo de victoria para ellos, metieron el caballo a la fortaleza sin saber que dentro se escondían varios soldados aqueos. Durante la madrugada los soldados salieron del caballo, mataron a los centinelas y abrieron la muralla para que entrara el ejército aqueo. El desenlace fue la caída de Troya.
Para que funcione, no todo en el caballo de Troya puede ser contrabando —ese es precisamente el chiste— muy tramposamente, la Agenda 2030 revuelve las cosas buenas —el combate a la pobreza y la protección de los mares, digamos— con aquellas que no necesariamente lo son: en particular los objetivos relacionados con la «igualdad de género»
Creo que pocos lo han notado a estas alturas, pero considerar al hombre y a la mujer como iguales, es una de las máximas expresiones de cosificación y de absoluto desprecio hacia la realidad y condición del ser humano, junto quizás con cosas como el genocidio, la tortura, y la pederastia. Y sus efectos inmediatos están a la vista.
Según he podido verificar de manera directa en mi entorno social en México, puede haber muy buenas intenciones, pero en los hechos, la agenda de género destruye vidas, parejas, matrimonios, familias, identidades individuales, carreras, amistades, comunidades, tejido social, organizaciones, países. Tiene a nuestro país hincado y convertido en un cementerio.
¿Y cuál es el diagnóstico y la solución ofrecida por muchos académicos irresponsables asesorados por el instituto nacional de las mujeres y cosas parecidas? Vivimos en un país de machos enfermos, necesitamos más ideología de género. Y así hasta que desaparezca todo y todos.
Es difícil no anticipar que, de continuar sin cambios esta tendencia, acabará destruyendo en no más de dos o tres décadas a la civilización occidental en su totalidad—y sus satélites imitadores como México— para sustituirla con nada, porque la ideología de género no ofrece ningún proyecto de civilización alterna que no sea el solipsismo femenino autodestructivo como forma de vida.
Y esto no es ninguna exageración: el golpe a la identidad sexual del individuo —ya hubo otros golpes a la identidad, como la religiosa, la nacional—, es el último golpe mortal a una sociedad y a la humanidad incluso, si se vuelve el «brazo cultural» de un gobierno policiaco mundial tecno-totalitario oligárquico.
El conflicto Ucraniano —dejemos ya de confundirnos— está siendo una guerra cultural de Rusia contra la agenda de género occidental. Pero eso lo dejaremos para una segunda parte, la próxima semana.
andresbucio.com
[email protected]
*La opinión del autor es personal y no necesariamente representa la de este medio.
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