Las figuras monstruosas —esa horripilante «hada madrina» cornuda— que aparece en la reciente versión del pinocho de Guillermo del Toro, normalizando la cultura de las bestias y de los demonios, me hizo —de una vez por todas— aceptar que estamos delante de una guerra por la apropiación de la psique infantil y que dicha guerra consta de varias batallas, mismas que enumeraré ahora mismo.
Antes de hacerlo, admito que suena algo feo decirlo, pero por mis conversaciones con varias personas cuya opinión respeto y que también trabajan en el ámbito educativo, deduzco que ni con muchos universitarios ni con muchos adolescentes, hay mucho ya que hacer.
Una vez indoctrinados y socializados en la cultura contemporánea basura que los circunda implacablemente, es relativamente poco lo que se puede hacer para sacarlos del agujero ideológico en el que los han metido, o los han dejado entrar sus propios padres y ambiente familiar.
Es un proceso de auto-selección —o quizás llegue el día en el que tengamos que nombrarlo más claramente: de auto-destrucción—, en el que uno trata de ayudarlos, pero no hay resultados garantizados. La guerra es pues, por la infancia, y cinco batallas, incluidas las siguientes:
1.La batalla por el sentido de autoridad
Una de las modas más lamentables, por tonta y destructiva, es la de ver a tanto adolescente y universitario hablando por su nombre propio a personas que les llevan treinta, cuarenta, y hasta cincuenta años o más y no son miembros de su familia. Y peor aún cuando esto es a solicitud expresa del adulto o anciano en cuestión.
Así es, es mejor no hablar mucho sobre aquellos ancianos que se ponen camisas fosforescentes para correr, y usan cachuchitas invertidas de beis para parecer más jóvenes, y ellos mismos le solicitan a la jovencita de 17 años: «llámame Poncho».
Es una moda idiota porque tan forzado y ridículo es que un adulto tenga que pedirle a un joven que le hable de «usted» como idiota es que tenga que pedirle que le hable de «tú». Y es que detrás de la forma hay un fondo, que da solidez o no, a la estructura sobre la cual pretendemos construir tejido social, lo queramos ver o no.
¿Evitar el cambio climático o erradicar la pobreza, qué debe ser prioritario?
Para empezar, estas no son cosas que deban «pedirse», sino usos que solitos deben manifestarse como consecuencia lógica de un cierto comportamiento. Al final todo lleva a la cuestión de a quién corresponde asumir responsabilidades y la autoridad correspondiente a esas responsabilidades. Se ha impuesto —por cierto— en las universidades y en las prepas la enormemente destructiva moda de mantener al profesor en sus responsabilidades, pero transfiriendo la autoridad al alumno, tanto en los estatutos y misión educativa como en el trato diario y cultura de relación profesor-alumno. Y muchos directivos de instituciones y profesores no se dan cuenta de esta disfunción. No piensan que sea algo importante. La manera en cómo los niños, adolescentes y jóvenes se dirigen al adulto es consecuencia directa del comportamiento de ese adulto. Mi táctica personal, frente a un alumno que casualmente intenta dirigirse a mi como “Andrés” consiste en preguntarle con una sonrisa ¿para qué quieres llamarme Andrés”. Funciona a las mil maravillas.
Despierta uno más la confianza natural con un niño o joven estudiante cuando esté ve que tú estás a cargo, y que ves por sus intereses, que cuando se le pide fingidamente que te llame Toñito igual que tú le llamas a él Pepito o a ella Eloísita porque «es que aquí somos todos iguales».
En un mundo que no ha enloquecido y funciona, es el adulto el que debe asumir una buena parte de las responsabilidades (aunque no todas), sobre todo aquellas que requieren de un criterio que con frecuencia sólo la experiencia puede dar. Y si no ¿para qué hay profesores?
Hoy con tantas “innovaciones”, tecnológicas, sociales, culturales y de “genero”, muchos adultos se rezagan y se sienten despojados de toda capacidad para elaborar criterios. Tienen miedo de llevar la contraria. Es entonces cuando sobreviene la falsa seña de confianza cual veneno en el torrente sanguíneo: “mejor llámame Toño”.
Sí, Toño, edad 57 años, Toñito, que está aquí para levantar tu caquita del suelo con su propia manita, igual que hace con su perrita cuando la saca a pasear. ¡Que lindo el perrito, que dejó su poposita en el suelo!
Las siguientes batallas tendremos que dejarlas para próximas semanas: 2. La batalla contra las conductas antisociales, 3. La batalla contra la cosificación de otros seres humanos, 4. La batalla contra «mundos fuera de la realidad». 5. La batalla por el dimorfismo sexual que les da identidad individual para toda la vida.
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