¿Has entrado alguna vez a una casa en la que el dueño tenga sus baños separados por sexo? Sería costoso y una especie de loca excentricidad practicable solo en una mansión. Y ni los locos Adams. Todos conocemos los llamados «baños neutros» porque son lo que todos tenemos en nuestras casas. ¿Por qué entonces los separamos por sexo en los espacios públicos: estadios, restaurantes, universidades?
Si hacemos esta pregunta a un cristiano, un judío, o un musulmán, nos va probablemente a responder -queriendo cortar de tajo con toda esta conversación- que es debido al «pecado original» y haber sido expulsados del edén, que nos hace desconfiar los unos de los otros y separar los baños de hombres y mujeres en los espacios públicos.
Si hacemos la misma pregunta a un sociólogo posmoderno deconstruccionista de la UAM o de la UNAM, nos va a decir quizás que separamos los baños para compensar por una educación deficiente y mal orientada, «patriarcal», muy arraigada en el mexicano, o por una mala construcción social del significado colectivo de la convivencia, o de las nociones de comunidad etc., y que todo eso debe ser corregido cueste lo que cueste. La socióloga feminista probablemente añadirá al comentario anterior que «lo privado es lo público» y de ahí nadie la moverá hasta el final de los tiempos. Ambos pensarán que los «baños públicos neutros» son la revolución que llegó para cambiar al mundo, «desde el fondo de la taza hasta la silla presidencial patriarcal» o alguna cosa por el estilo. Como si la separación de baños públicos por sexo no fuese la solución práctica y pacífica a varios problemas prácticos no siempre pacíficos, en básicamente toda sociedad contemporánea civilizada y funcional.
Un psicólogo del comportamiento podría quizás aventurar la idea de que cada sexo utiliza los baños para cosas distintas: maquillarse, contemplarse en el espejo, o socializar puede hacer que la mujer en promedio, permanezca un poco más de tiempo en el baño que el varón. Aquí, un abogado tomaría la palabra para recordarnos: «entre individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz», a lo cual los activistas de la diversidad querrán llevar agua a su molino agregando que los hombres -en su muy particular definición de hombres- también tienen derecho a maquillarse y contemplarse en el espejo.
Si hacemos la pregunta a un biólogo o a un psicólogo evolutivo, nos va a decir que -en la práctica como en la teoría- una sociedad moderna tiene que separar los baños por sexo debido a que hay diferencias connaturales entre hombres y mujeres que hace permanente entre ellos la tensión sexual, sobre todo en su etapa reproductiva -que suele coincidir con la de los universitarios. Este mismo biólogo nos diría que -a menos que se salga de control- la tensión sexual entre hombres y mujeres no es algo que haya que «erradicar», se trata de un fenómeno normal en todos los mamíferos que no debería preocuparnos porque así es como funciona el homo sapiens: un animal biológico y cultural al mismo tiempo. Biológicamente hablando, la solución de separar los baños es la más práctica de todas, y curiosamente, también la más humana.
El asunto de los «baños públicos neutros» en las universidades y otros espacios públicos es interesante en la medida en la que lo abordamos de una manera humana, respetuosa, comprensiva, y sobre todo de una manera auténticamente interdisciplinaria, es decir, tomándonos en serio elementos antropológicos, sociológicos, psicológicos, un poca de biología evolutiva, etc.
Si no lo hacemos así, el tema de los «baños públicos neutros» regresa a ser lo que frecuentemente ha sido: un tema egoísta, solipsista, estancado, doctrinario, peleonero, que pone de mal humor a la gente porque solo distrae e infesta la agenda universitaria con politización de la destructiva. Hay preguntas que no deben ser menospreciadas o hechas a un lado dogmáticamente como por ejemplo ¿y qué piensan muchas mujeres con hijos pequeños sobre los «baños públicos neutros»? ¿y qué piensan los hombres?
El problema de la «inclusión» que se pretende solucionar mediante los «baños públicos neutros», es reducible, si lo pensamos tantito, a una única pregunta ¿Podemos crear una sociedad en la que no existan diferencias entre el espacio público y el espacio privado? La pregunta parte de la premisa de que, entre todos, ya decidimos que es deseable que no existan diferencias entre el espacio público y el privado ¿lo deseamos? ¿es esa una premisa inteligente, realista y sobre todo, deseable?
George Orwell en su novela 1984 sugiere que no. Esa eliminación de la línea que divide a lo público de lo privado es la que da inicio a los totalitarismos, que no son sistemas sociales muy bonitos en los que alguien quiera vivir, a menos de que nos falte un tornillo, o estemos un poco locos, o traigamos algo contra los demás.
La realidad es que la condición humana y el mundo como tal, no son perfectos y separamos los baños públicos como solución práctica al problema de la convivencia pacífica, porque hasta los «baños neutros» que tenemos en casa solo funcionan si uno mismo es limpio, cosa que en mucha gente aún no se da, ni se dará jamás por respeto a la privacidad y al derecho que tiene cada quien de vivir en su propia inmundicia personal. No se dará tampoco en los espacios públicos de las sociedades libres. Las libertades en el espacio público tienen un costo, que en el caso del retrete público, ese costo se llama «separación».
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