El domingo 05 de junio se celebraron elecciones en seis entidades federativas; dos mujeres resultaron vencedoras y, por primera vez, México tendrá nueve gobernadoras. Un día antes, el país se estremecía al ver a Katya Echazarreta abordar la nave New Sephard para convertirse en la primera mujer nacida en México en volar al espacio. Estos dos hechos representan mucho para la historia que las mujeres construimos día con día en un país cuya estructura social se caracteriza por su desigualdad.
La participación de mujeres en la vida pública nacional se ha acompañado de una lucha continua por la feminización de la matrícula universitaria. La Secretaría de Educación Pública estima que, actualmente, el 51.7 por ciento del alumnado son mujeres (SEP, 2021); todo un logro si retrocedemos en el tiempo y recreamos la escena del 18 de enero de 1886 cuando Margarita Chorné se convertía en la primera mujer de México y América Latina que recibía un título universitario.
Aunque estos avances son importantes, aún existen enormes desafíos para lograr una plena inclusión de las mujeres en la educación superior mexicana. Datos de ONU Mujeres dan cuenta que en campos de estudio como Artes y Humanidades y, Ciencias Sociales, Periodismo e información, la proporción de graduadas se encuentra por arriba del 70 por ciento. Ello difiere de áreas como Ingeniería, Manufactura y Construcción y, de Tecnologías de información y comunicación en donde dicha proporción se encuentra en 28 por ciento. Este dato puede ser preocupante si se toma en consideración el rol que desempeñan las carreras profesionales en STEM (en español, Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) para la innovación y el desarrollo nacional. Se estima que en los próximos años el 75 por ciento de los empleos se relacionarán con el campo de las STEM (ONU Mujeres, 2020).
Las asimetrías de género se observan también en los beneficios de la educación superior. Las mujeres con estudios universitarios ganan el 66 por ciento de los ingresos promedio de los hombres con el mismo nivel educativo (OCDE, 2019). Asimismo, aunque la proporción de mujeres graduadas es mayor que la de varones, más de una de cada cinco no participa en el mercado laboral; representa una tasa de inactividad tres veces mayor que los egresados hombres (OCDE, 2018).
Estas disparidades se incrustan además en la vida institucional de las universidades mexicanas. Se estima que sólo el 15 por ciento de las universidades públicas estatales son dirigidas por mujeres (Zambrano, 2022); instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México o la Universidad Autónoma Metropolitana jamás han tenido una rectora. De igual forma, hasta ahora, ninguna mujer ha estado al frente de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior.
La plena inclusión de las mujeres mexicanas en la educación superior es un pendiente en la agenda de políticas nacionales e institucionales. Representa un desafío si a ello sumamos desigualdades cruzadas que caracterizan a nuestra estructura social pues los desafíos son mayores para las mujeres pobres, indígenas, afromexicanas o las que poseen alguna discapacidad. Intensifiquemos el debate en nuestras instituciones, desde nuestras trincheras y hagamos de la universidad un espacio de libertad y justicia.
Ana Beatriz Pérez Díaz
Profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco y candidata a doctora por la FLACSO-México.
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