Hay dos formas de vivir nuestra vida: como alguien «a cargo» o como un «encargado». Es decir como jefes o como empleados. Gracias al que escribió el libro ese del «padre rico, hijo pobre…etc.», o ese otro autor del «soy un cerdo capitalista», gracias a ellos y tantos otros cerros más, lo de hoy es pensar que uno debe ser «jefe de sí mismo» (seas pintor, o presidente de la suprema corte) y que ser empleado de otros es para mentes agachadas y mediocres, o para gente sin aspiraciones.
Pero no es así como han pensado muchos de los grandes líderes políticos y empresariales de la historia (y peor tantito si han sido judíos, el pueblo elegido). No, muchas de estas grandes figuras de todos los tiempos se han visto a sí mismos como no otra cosa que empleaditos. Así es, empleaditos al servicio de Dios —o de los dioses—, nada menos. Y con instrucciones expresas.
Baste recordar a los dioses del Olimpo, de las epopeyas griegas, La Ilíada y La Odisea, o al Júpiter de los romanos y su círculo, o al mismo dios de epopeya Bíblica, de la cual somos herederos directos. La última gran «guerra santa» fue la de Bush, el hijo loco, contra Irak en 1990.
Es el ateo —o el agnóstico— quien vive como «su propio jefe», como si estuviera a cargo de su propia vida, de la cual él y nadie más es el único responsable. El que vive su vida como un —«empleadito libre y exonerado de responsabilidades» es el creyente, quien solo recibe instrucciones de acuerdo al rito y dogma correspondientes.
La anterior idea sugiere que se puede ser alguien en la vida y triunfar sin ser como tal «individualista». Esto es interesante porque hoy, la cultura basura prevalente es que vivir a cargo de nuestra vida —y no como el creyente, qué vive su vida como si estuviera viviendo la vida de otra persona— es un mejor y más eficiente modelo de ser humano para triunfar.
Por mi parte, cada día tengo más dudas sobre la eficacia del credo de la cultura reinante y quisiera tratar de explicarlo con un sencillo experimento mental: ¿qué es más fácil, formarse el propósito de triunfar en la vida sabiendo que hay que levantarse cada mañana y ponerse a «creer en uno mismo» todo el día, todos los días, o vivir sabiendo que tenemos el encargo —por motivos que «solo Dios nuestro señor y patrón» conoce— de triunfar en la vida sirviéndolo a él y al prójimo?, ¿Qué es más fácil?. Imagino que muchos alegarán que lo anterior se acerca más al calvinismo o al cristianismo presbiteriano, pero en esencia, no hay barrera que impida al católico promedio pensar de la misma manera: hacer algo interesante, gracioso, altruista, heroico o elegante con tu vida, sin ser un individualista perdido.
¿Y de qué sirve pensar en todo esto te preguntarás? De algo servirá, porque ya son muchos los grupos sociales —aunados a las izquierdas tradicionales— que han querido agarrar la bandera anti-individualista como programa político contra todos los males de la sociedad (antes el problema era la desigualdad, ahora es el individualismo).
Algunos de estos grupos hacen mucho ruido en forma de activismo académico dentro y fuera de las universidades. La académica de la Complutense de Madrid, Almudena Hernando —por ejemplo— cree que el individualismo es producto exclusivo de eso que algunas personas parecidas ella les ha dado en llamar «patriarcado»; que ambos, individualismo y patriarcado dieron lugar a la propiedad privada, y que esta a su vez dio lugar al neoliberalismo: ámbitos todos en los que las mujeres son —asegura ella—oprimidas y no pueden sobresalir y por lo tanto el mundo se acaba. Por lo tanto, ella ahora cree que «lo privado debe ser lo público», y que ambas esferas deben ser la misma esfera para así eliminar para siempre el individualismo y la propiedad privada. Esa es su receta política para el futuro. Y está teniendo mucho éxito su convocatoria.
¿Significa lo anterior que debemos regresar a sociedades ordenadas vía la religión? Parece difícil, dado que eso de «mi cuerpo es mi cuerpo y hago con el lo que me venga en gana» —por poner el ejemplo obvio— no parece otra cosa que un individualismo anticristiano llevado a uno de sus extremos más tontos, paganos y suicidas. Hay que seguir pensando, mientras tanto, quizás el dios Júpiter y la disciplina romana, sea la solución.
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