Parece que las preparatorias en general, están más preocupadas por enseñar «qué pensar» que en enseñar «cómo pensar». Evidencia de ello, es lo que casi todo profesor descubre tras revisar la pila de textos de cada nuevo semestre que comienza: sus alumnos no saben redactar.
Los alumnos no saben redactar y no es poco frecuente que el profesor mismo tampoco sepa hacerlo, por lo que no es consciente ni de sí mismo, ni de nadie. Muchos están más preocupados por alinearse a las estupideces lingüísticas del momento (como el emplear el “hola a todos y todas”, o “bienvenidos todxs” en sus comunicaciones orales y escritas) que en enseñar a pensar mediante el flujo coherente del lenguaje y las palabras.
Recientemente un silencioso y circunspecto alumno —quien definitivamente goza del respeto unánime de todos— descubrió en mi clase que no sabe redactar. La triada (silencio, incompetencia, respetabilidad) me hizo recordar a Peter Sellers en su brillante película «el Jardinero», no lo puede evitar.
El alumno —al borde de las lágrimas— no solo descubrió que no sabía redactar, también descubrió que los profesores que tuvo en el pasado fueron grandes simuladores y grandes desconocedores de la sintaxis y de la gramática en general. Nunca le corrigieron sus textos cuando debieron, por algunos años le hicieron creer que su escritura era magnífica, él desarrolló entonces el hábito de utilizar muchas palabras ostentosamente inútiles en su redacción, y hoy se siente defraudado por un sistema educativo y por profesores zonzos que nunca fueron capaces de ofrecerle otra cosa más que ánimo hueco al pobre muchacho. Dudo muchísimo que los antiguos profesores de mi alumno fuesen grandes lectores.
Me es posible afirmar —como profesor universitario— dos cosas: la mejor manera de aprender a escribir es leyendo, y la mejor manera de aprender a pensar coherentemente es escribiendo. Esto aplica absolutamente a todas las carreras. El leer nos familiariza con el pensamiento coherente, con la sintaxis lógica y con la semántica de las palabas.
El escribir nos permite «sacar» las ideas y los pensamientos que hay en nuestra mente a fin de ordenarlos de manera lógica, fluida y coherente, amplificando además su significado. Escribir extiende nuestra memoria, facilita el editar y clarifica nuestros pensamientos. Quizás no hay mejor manera de pensar que escribiendo.
Todos estos beneficios de la escritura —por cierto— se degradan y empobrecen, sobre todo cuando trabajamos frente a una pantalla conectada a internet. Por alguna misteriosa razón, el solo hecho de estar en línea —en mi experiencia personal al menos— dilapida y cohíbe el proceso de reflexionar detenidamente las cosas, las pantallas merman y empequeñecen nuestra potencia verbal y vocabulario, ahuyentan el tipo de recogimiento interior que hace posible el pensamiento profundo.
A la clase siguiente, después del descubrimiento doloroso de mi alumno, suspendí el temario por un momento, y puse a todo el grupo a realizar un sencillo ejercicio para aprender a diferenciar la forma del fondo en una oración y desde luego, para aprender a utilizar los millones de matices semánticos que ofrece el uso consciente, inteligente y creativo del lenguaje. El tema del día se gritaba a sí mismo: se aprende a escribir leyendo y se aprende a pensar escribiendo: treinta y cuatro maneras de decir casi lo mismo, pero no lo mismo.
1. El «sí» de alguien solo tiene valor si esa persona también es libre de decir «no»
2. Nunca confíes en el «sí» de alguien que tiene prohibido decir «no»
3. Jamás confíes en el «sí» de una persona que tiene prohibido decir «no»
4. Jamás confíes en el «sí» de las personas que tienen prohibido decir «no»
5. Desconfía del «sí» de toda aquella persona que tenga prohibido decir «no»
6. Desconfía del «sí» de alguien que tiene prohibido decir «no»
7. Desconfía del «sí» de alguien que no es libre de decir «no»
8. Confía en el «sí» de alguien solo si esa persona es también libre de decir «no»
9. Confía en el «sí» de alguien solo si es libre de decir «no» también
10. Solo confía en el «sí» de alguien que sea libre de decir «no» también
11. Solo confía en el «sí» de quien sea libre de decir «no» también
12. Solo confía en el «sí» de aquel que sea libre de decir «no» también
13. Solo confía en el «sí» de aquellos que sean libres de decir «no» también
14. Solo se debe confiar en el «sí» de quienes son libres de decir «no» también
15. El «sí» de alguien tiene valor en la medida en la que es libre de decir «no»
16. Un «sí» vale en la medida en la que se es libre de decir «no»
17. El «sí» de las personas vale en la medida en la que son libres de decir «no»
¿Evitar el cambio climático o erradicar la pobreza, qué debe ser prioritario?
18. El «sí» de alguien tiene valor solo en la medida en la que es libre de decir «no»
19. El «sí» de alguien tiene valor solo en la medida en la que esa persona es libre de decir «no»
20. El «sí» de una persona libre de decir «no» vale más que el de quien esto último lo tiene prohibido
21. El «sí» de una persona que puede decir «no» vale más que el de quien solo puede decir «sí»
22. Hay personas que solo son libres de decir «sí»: desconfía de ellas y de sus opiniones
23. Hay personas que son libres de decir «sí» pero no de decir «no»: son un cero a la izquierda
24. Hay personas que solo son libres de decir «sí» o «no» pero no ambas: son un cero a la izquierda
25. Un cero a la izquierda es alguien que solo es libre de decir «sí» o «no»
26. Solo se debe tomar en serio a quien puede decir «sí» con la misma libertad con la que puede decir «no»
27. Solo se puede tomar en serio a quien puede decir «sí» con la misma libertad con la que puede decir «no»
28. Una persona confiable es aquella que puede decir «sí» con la misma libertad con la que puede decir «no»
29. No se debe dar demasiada importancia a las opiniones de alguien que no puede sostener ciertas opiniones con la misma libertad con la que podría sostener las opiniones contrarias
30. No se debe dar excesiva importancia científica a las opiniones de una persona que se la pasa diciendo una cosa porque su contexto social o laboral le impide sostener la opinión contraria
31. La credibilidad de las opiniones de una persona que se la pasa diciendo una cosa porque su contexto social o laboral le impide sostener la opinión contraria, es baja
32. La credibilidad de las afirmaciones de una persona que se la pasa diciendo una cosa porque su contexto social o laboral le impide afirmar cosas diferentes, es nula
33. No se le debe dar demasiada credibilidad a las afirmaciones de una persona cuyo contexto social o laboral le impide afirmar cosas diferentes.
34. El círculo social de una persona puede hacer que sus opiniones parezcan poco creíbles: sostener ciertas opiniones —aunque sean fieles a la verdad— le harían perder su trabajo o sus relaciones sociales.
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