Opinión

Soledad: el costo humano de la era digital

En los últimos años se ha hablado mucho del impacto que ha tenido la tecnología en la interacción social, particularmente en la forma en que los jóvenes se relacionan con otros. Parecería que, al abrirse el mundo digital, se tendría la oportunidad de establecer mayor vinculación con los demás, y, sin embargo, sucede lo contrario: las personas se involucran tanto en los escenarios virtuales y tecnológicos que dejan de relacionarse de manera efectiva con las personas que tienen a su alrededor y con las que interactúan en un mundo real-físico.

El aislamiento puede llevar a experimentar sentimientos de soledad, en los que la persona sufre porque no puede relacionarse con otros como quisiera. Por años se consideró que los más afectados en este tema eran los adultos mayores, y, sin embargo, en la actualidad se identifica que también los jóvenes experimentan aislamiento social y soledad. Se ha estimado que 1 de cada 6 personas de todas las edades y 1 de cada 4 adolescentes y adultos jóvenes pueden llegar a sentirse solos. 

Soledad: el costo humano de la era digital. Imagen: Unsplash

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Aunque es parte de la vivencia cotidiana e incluso del lenguaje común, sentirse solo no es cosa menor. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, cada hora mueren 100 personas por causas relacionadas con la soledad, lo que implica más de 871,000 muertes al año en el mundo. Lo anterior está asociado con el daño que hace la soledad a la salud física y mental. En el ámbito de la salud física, la soledad aumenta el riesgo de afecciones cardiacas, el declive cognitivo y la muerte prematura. Emocionalmente, el perjuicio es sobre la autoestima, el autoconcepto y los sentimientos de autoeficacia, que derivan en bajo rendimiento académico y laboral, y deserción escolar, así como una mayor probabilidad de desarrollar depresión, ansiedad, conductas autolesivas e incluso ideas sobre la muerte o intentos de suicidio. 

La huella emocional es mayor en quienes consideran que no cumplen con las expectativas que se tienen de ellos, quienes se perciben inferiores o diferentes del resto (en muchos casos, se compensa esta autopercepción mediante la demostración en redes sociales de lo que no son o no tienen), aquellos para quienes la adaptación social es un reto, o quienes se sienten excluidos. En este sentido, es importante recordar que sentirse solo no es necesariamente estar solo (sin personas alrededor), sino vivirse en un estado de desolación con ausencia de una red de apoyo social. 

Por el contrario, se ha identificado que mantener relaciones interpersonales satisfactorias no solo favorece la salud física y mental en general, sino que ayuda al desarrollo de la inteligencia emocional, y es clave para la resolución de problemas y la superación de situaciones adversas. Es decir, la conexión social profunda contribuye de manera sustancial a la resiliencia y disminuye los indicadores de vulnerabilidad social. En este ámbito, la huella positiva también es valiosa y trasciende a las generaciones, pues si tenemos individuos sanos, seguros y con sentido de pertenencia, las familias y sociedades también serán saludables. 

Soledad: el costo humano de la era digital. Imagen: Unsplash

De ahí que sea tan relevante el esfuerzo por compartir momentos significativos con otros, dar prioridad la vivencia de momentos personales y familiares, y reservar tiempo diario para compartir con quienes valoramos. Como padres, será indispensable escuchar a sus hijos, tratar de comprender su mundo interno, reconociendo qué piensan y validando cómo se sienten, al tiempo de dar acompañamiento cálido y respetuoso; recordar que los jóvenes aún están en formación y, por más grandes que quieran parecer, en el presente y en el futuro, necesitarán de la guía de sus padres. Como colaboradores de los distintos niveles educativos, y particularmente, de las universidades, estamos interpelados a fomentar espacios que no solamente estén orientados a la formación académica, sino a la integración de los jóvenes y a la generación del sentido de comunidad.

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Fortalecer el tejido social y, contribuir así, a la disminución de los sentimientos de soledad con el consecuente beneficio para la vida y la salud, es tarea de todos.

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Erika Benítez Camacho

Licenciada en Psicología, maestra en Psicología Clínica y Psicoterapia, y doctora en Bioética Aplicada por la Universidad Anáhuac México. Pertenece a entidades como la Asociación Psicológica Americana, la Asociación Psiquiátrica Mexicana, la Academia Nacional Mexicana de Bioética y el Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación en Psicología. Actualmente es Directora de la Facultad de Psicología de la Universidad Anáhuac México.

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