Viejos trucos, nuevos profesores
Opinión de Cecilia Coronado, Subdirectora del Instituto de Humanidades. Universidad Panamericana
Foto: PixabayDiversas situaciones evidenciadas en la pandemia pusieron de manifiesto vicios de la enseñanza antes sólo presentes en la intimidad del aula. Se recordarán los cientos de videos que circularon en las redes de casos de profesores que no se adaptaron a la tecnología, que no fueron empáticos con sus alumnos y que no estaban abiertos a la crítica, sino que sólo repetían los contenidos de sus clases.
Estos hechos obligan a reparar en los desafíos a los que se enfrenta la labor docente y de investigación en la universidad. La labor de ser profesor nunca ha sido sencilla; sin embargo, existen tres cualidades urgentes para el profesor universitario contemporáneo.
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La humildad intelectual y la transparencia
No es fácil reconocer el error y la ignorancia propia. Es bastante inusual escuchar a alguien decir “no sé” o “cambié de parecer”. En cambio, formulamos opiniones acerca de cualquier cosa para ahorrarnos la vergüenza de “no saber” o por mera necedad. Esta actitud es especialmente peligrosa en la vida académica.
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El amor a la verdad implica el amor la crítica. Descubrir nuestro propio error o vencer la ignorancia como profesor es una dicha; y quienes nos ayudan a desengañarnos son nuestros aliados, no enemigos. La opinión discrepante no sólo debe ser bienvenida, sino anhelada porque nos permite revisar nuestras creencias reconduciéndonos a la verdad.
Una crítica respetuosa, severa y amigable es fundamental para el trabajo del profesor . Para lo cual, es fundamental la claridad en la expresión. El lenguaje especializado puede ser obscuro, mas no debemos escudarnos en él para disimular la ignorancia o evitar la crítica.
Asimismo, no hay nada peor que disfrazar la crítica para evitar herir al otro. Para no caer en la autocomplacencia y en el diálogo ocioso, el error y el desacuerdo deben expresarse sin ambages.
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Adaptabilidad y creatividad
El profesor universitario está obligado a adaptarse a nuevos saberes y tecnologías para lograr su misión. Carlos Llano llamaba efecto “ancla” a la tendencia humana a aferrarse a la primera información recibida acerca de cualquier asunto. Inconscientemente, ese primer reporte queda fijado en nuestra mente convirtiéndose en la referencia para evaluar cualquier nueva información al respecto; incluso, desatendiendo a las razones o evidencias que la acompañen.
Ante esto, el universitario debe explicitar sus prejuicios y sus anclas, para apreciar nuevas formas de pensamiento. Dichos conocimientos y formas de pensar suelen acompañarse de nuevas presentaciones o maneras de acceder a ellas.
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Por eso, nadie está exento de la tarea de familiarizarse con las herramientas tecnológicas para evitar que nuestro pensamiento quede anclado por información o métodos desactualizados, pero también para evitar exaltar excesivamente los méritos de estas tecnologías; pues tan dañina es la ranciedad como la ingenuidad intelectual.
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Autoridad y empatía entre profesores y alumnos
El proceso de enseñanza y aprendizaje, forzosamente, implica una asimetría entre las partes: los profesores poseen un conocimiento que los alumnos ignoran, en algún grado. Sin embargo, la asimetría intelectual entre el profesor y el alumno no implica subordinación, ni obediencia. Ni se petrifica en una estructura de poder. La Universidad no es un ejército. La asimetría es fruto de la autoridad del profesor, del reconocimiento social de su saber.
El desafío de los profesores es descubrir cómo traducir su autoridad en aprendizaje, no en mera obediencia y reproducción mecánica. Ciertamente, el estudiante universitario recibe una cierta formación técnica, pero su educación no se reduce a ella.
La Universidad no es mero gremio o taller. El propósito de los profesores es desarrollar hábitos intelectuales que le permita a los alumnos indagar por la verdad y buscarla en comunidad a través del diálogo y la articulación del saber; no verter sus conocimientos a quienes aún no los tienen. En consecuencia, la Universidad debe entenderse como una comunidad de enseñanza y aprendizaje cuyo propósito es formar personas.
Estas cualidades no son exclusivas de la actividad docente, ni son rasgos únicamente deseables para nuestros tiempos. Sin embargo, recordar estos viejos trucos puede orientar nuestra labor universitaria en medio de las transformaciones, crisis y retos que atraviesa la educación superior y la investigación en el mundo.
Para resistir la tendencia de convertir a la Universidad en una fábrica de profesionistas, de reducir sus aulas a oficina y sus bibliotecas a meras bodegas; debemos voltear a sus orígenes y recordar que la Universidad antes que un edificio o proveedor de servicios, es una comunidad de maestros y estudiantes cuya búsqueda colectiva por la verdad debe implicar el perfeccionamiento de cada uno de sus miembros.
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