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Las palabras se sienten. La amabilidad del “pero quién soy yo para juzgar”

Las palabras se sienten

Foto: Cortesía

00El objetivo del lenguaje es comunicar, llegar a un acuerdo, a un entendimiento mutuo

Es poco común que en las conversaciones cotidianas hablemos de datos científicos y cantidades exactas o fenómenos que tengan mucha precisión. Hablamos más bien de cosas que nos han pasado, de cómo nos sentimos sobre estos eventos y de qué opinamos sobre temas más o menos vagos.

He notado que, tanto en mis interacciones en persona, como en redes sociales, hay una tendencia a utilizar más expresiones del estilo de “en mi opinión”, “siento que”, “me parece”. Creo que este sutil cambio en el lenguaje demuestra un cambio social lento pero seguro hacia una cultura más tolerante, más amable y más diversa. Con estas frases se reconoce que lo subsecuente es el punto de vista de la persona que lo está diciendo, pero que no es un mandato o la única verdad: no es algo que los demás tengan que hacer, sentir o pensar.

Incluso en los clásicos “pero quién soy yo para juzgar” o “pero pues cada quién”, por más irónicos que sean, se deja espacio para la libre existencia y acción del otro. Y esto, sobre todo en el contexto de las redes sociales, donde las interacciones se intensifican rápidamente, me parece que es muy saludable.

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Subrayar la diversidad del otro mediante tales construcciones gramaticales ayudan a que el interlocutor se sienta seguro y reconocido como un otro que es libre y que es aceptado como tal. Parece algo obvio y hasta superfluo, pero la tolerancia y diálogo que conlleva es un acontecimiento relativamente nuevo.

Podríamos pensar que estas expresiones son en realidad producto de inseguridad o duda sobre lo que estamos diciendo, pero ¿qué cosa demuestra más seguridad en las convicciones propias que el poder sostener una conversación civilizada con alguien que no piensa igual? Sólo quien busca enmascarar su debilidad agrede al otro, no dándole ni el beneficio de la duda. ¿Cómo fortalecer o confirmar una creencia, cómo mejorar una costumbre o cómo incluso cambiar nuestros hábitos si somos incapaces de escuchar al otro, que es distinto?

Decía Habermas[1], un pensador alemán de postguerra, que el objetivo del lenguaje es comunicar, llegar a un acuerdo, a un entendimiento mutuo. Para él, ser capaz de producir la comprensión es independiente de que tu interlocutor esté de acuerdo contigo o no. La comprensión radica en que los participantes de la conversación estén en el mismo nivel de discusión y sean capaces de considerar como igual de valiosas las razones propias y del otro.

Es muy común que, cuando uno habla, habla para tener razón, o porque cree que la tiene y busca convencer al otro. Esto, según Habermas, es un vicio del lenguaje y es muy complicado librarse de él porque es muy difícil llegar a la consideración de que uno podría estar equivocado. Toma mucha fuerza mental, honestidad e incluso valentía aceptar que la propia visión no es necesariamente la única y definitiva.

Es difícil enfrentarse a alguien que tiene una visión opuesta a la propia, pero lo que propicia el uso de expresiones que reconocen la subjetividad, es justamente que la interacción no sea un enfrentamiento, sino un intercambio entre iguales que llegue a ser productivo para ambas partes. Es más constructivo intentar comprender al otro que ignorarlo o incluso intentar silenciarlo.

Por esto creo que últimamente, aún cuando viboreamos gente y aún en el chismecito, somos más tolerantes, más amables, más inclusivos y trabajamos mejor en equipo, porque entendemos que no nos corresponde tomar decisiones o asumir creencias en nombre del otro.

Nuestro lenguaje está lleno de valentías cotidianas frente a lo desconocido, frente a lo que no entendemos o cuyo contexto y razones nos quedan muy lejos. Hay datos y hechos exactos que son como son y no pueden ser cambiados, pero valdría la pena preguntarnos cuáles son y si acaso no son debatibles muchas más cosas de las que nos imaginamos.

 

 

[1] Habermas, Jürgen. Teoría de la acción comunicativa. 1981

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