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El lenguaje inclusivo, ¿modifica el idioma?

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Foto: Archivo de El Universal

Un debate, en apariencia interminable, se ha posicionado en el ojo de la opinión pública: el del lenguaje inclusivo. Esta manera de hablar tiene detractores y defensores, pero más allá de toda la polémica a su alrededor, es un fenómeno lingüístico cuya prevalencia será determinada por los hablantes y no tanto por las academias. ¿Por qué y cómo?

El lenguaje es considerado como una herramienta poderosa: permite la comunicación, así como el nombramiento e identificación de todos los objetos y elementos de la cotidianidad. En particular, el lenguaje inclusivo tiene objetivos claros: incluye a las minorías y grupos violentados; visibiliza problemáticas y forma parte de discursos de protesta; resignifica palabras y términos, entre muchos otros. Sus usos son tan diversos como las personas que lo utilizan.

“El lenguaje inclusivo es un recurso estilístico, no va a modificar el español. Es un recurso que podemos utilizar dentro de discursos, casi siempre de denuncia. También se puede utilizar para identificar un problema o sentirse parte de una comunidad” explica Tonatiuh Higareda, Head de Estrategia de Comunicación Digital de Larousse.

Las lenguas están al servicio de las personas; las sociedades determinan cómo se utilizan. Esto va de la mano de los cambios de mentalidad y apertura a la información. El vocabulario, los conceptos y las lenguas en general se modifican y amplían al mismo tiempo que evoluciona la humanidad.

El lenguaje inclusivo, más allá de ser un fenómeno lingüístico, tiene una función social: no solo nombra y visibiliza problemáticas, identidades y realidades, sino también cuestiona prácticas, usos y costumbres.

 

El lenguaje cambia junto a las sociedades

Adrián Chávez, traductor, escritor y profesor afirma que el lenguaje inclusivo es “más que un sistema ordenado de adaptaciones, es una actitud que parte de la voluntad de usar la lengua para poner en tela de juicio o, al menos, señalar la prevalencia del género masculino como el estándar socialmente aceptado. Ese cambio de paradigma lleva a estar alerta sobre otras formas en las que reproducimos el machismo estructural en la lengua”.

Es decir, los hablantes son quienes marcan el progreso de las lenguas: si las sociedades cambian, lo hace la manera de expresarse. Pero, la realidad es que hay reticencia de utilizar estos recursos, incluso cuando el contexto lo requiere. “La resistencia viene de muchas posturas; no solo del conservadurismo” afirma Abril Torres Sánchez.

Sánchez, consultora en temas de lenguaje incluyente y perspectiva de género agrega: “las herramientas lingüísticas siempre van a ser insuficientes; nada va a poder representar el todo porque, a final de cuentas, cada uno es tan distinto como elle misme. Yo apelo a una combinación de estrategias para no caer en la visión dicotómica de la lengua. Es una cuestión de todos los días”

 

Una constante transformación

Pero entonces, ¿el lenguaje inclusivo es viable? En palabras de Torres Sánchez, sí lo es pues “la gente lo utiliza, lo resignifica y lo está posicionando como estandarte político y social”. En esto, Tonatiuh Higareda y Adrián Chávez están de acuerdo.

Higareda agrega que “el lenguaje siempre ha sido protesta. El lenguaje y la lengua son también política”. En sus palabras, la lengua no le pertenece a nadie y es una herramienta para “cambiar las realidades de las minorías y otros grupos violentados sistemáticamente”.

Por su parte, Chávez afirma que esta conversación es netamente política y “ese terreno será donde deben darse las opiniones a favor o en contra”. También comenta que ha encontrado “suficientes argumentos razonables para adoptar un paradigma lingüístico que refleje la voluntad de inclusión social, y muy pocos para proteger las formas en que nuestro idioma reproduce la exclusión normalizada”.

Aunque el uso de este recurso se ha popularizado y está siendo inteligible, los usuarios serán quienes dictaminen si prevalecerá esta práctica o si evolucionará y cambiará. Al final del día, las lenguas son entes vivos que fluyen. La manera de hablar de hace 10, 100 años o más no es la misma que la de ahora… y eso se ha repetido desde hace milenios. Los expertos coinciden que con el tiempo se decidirá.

 

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